¿Y por qué dialogar? La práctica colaborativa de dialogar.

¿Y por qué dialogar? La práctica colaborativa de dialogar.

“En verdad la realidad no existe, y en realidad la verdad tampoco”

Jorge Luis Borges

¿Alguna vez te has preguntado que es la realidad? Muchas veces de forma coloquial, en nuestras conversaciones cotidianas solemos decir “pues esta es la realidad que hay” asumiendo casi con una objetividad inadvertida que las cosas son tal como se presentan en nuestra vida y sociedad. En general, no tenemos en nuestra cultura una práctica instaurada de reflexionar. Casi siempre lo que hacemos es comprar y consumir teorías, actitudes, verdades o mentiras, ideas o prejuicios. Son útiles, forman parte de esta cultura y para adaptarnos es necesario conocer esa masa cultural de lógicas y afectos que nos ayudan a sentirnos con una identidad. Muchas veces para bien pero también muchas veces para mal. Consumimos y no digerimos multitud de ideas que proviene de nuestro entorno cultural. Vivimos en un mundo excesivamente conceptual sin darnos cuenta que somos nosotros los que permitimos que poco a poco se normalicen determinadas realidades. En esencia, somos seres lingüísticos, requerimos de la palabra, en una interconexión sociobiológica a través de nuestra corteza cerebral en constante plasticidad con el entorno cultural que nos circunda. Aun siendo así, hoy es muy normal el rechazar la reflexión. Cuantas veces he tenido que oír: “esto es muy mental” … Bien, no estoy hablando de una racionalidad insensible, sino de una práctica sensible de la reflexividad.

De entrada, para reflexionar como mínimo necesitamos dos. Yo mismo y mis dudas, por ejemplo, es suficiente. Pero realmente es necesario tener relaciones que inviten a un poder mirarnos en los tejidos de ideas y afectos en los cuales nos arropamos. ¿Pero alguien conoce espacios para poder reflexionar? Evidentemente podríamos decir que hay muchos lugares, pero casi siempre todo está dirigido de forma bancaria, hay unos conocimientos, alguien sabe mucho de ellos y se transmiten. Es una recepción pasiva. De lo que yo (y alguien más) estoy hablando es de la posibilidad de simplemente sentarse y escuchar a alguien que empieza a expresar su mundo. No necesariamente tiene que ser del ámbito de la terapia o el crecimiento, sino de cualquier cosa política, que etimológicamente viene a significar “relacionado con los ciudadanos” porque realmente todo nos influye, nada no es ajeno, excepto el vivir en nuestras burbujas de aislamiento y pseudoconfortabilidad. Hoy vivimos en una sociedad muy abierta, tanto que desestructura. Saber reflexionar es en sí una estructura. Si yo sufro un problema, puedo ponerme deliberadamente a reflexionar sobre él, en vez de que el problema me someta a su lógica.

¿Y cómo hacemos una reflexión en grupo? De entrada, nos aceptamos como legítimos unos a los otros para darnos permiso para expresar y escuchar. Aceptamos que nuestra realidad está en continuo cambio, que al ponernos a expresar se desenlaza espontáneamente nuestros órdenes implicados porque sentimos que hay alguien a nuestro lado que siente curiosidad por saber. Reflexionar no es un procedimiento lógico y racional, secuenciado por fases o por filosofías complejas, la reflexión surge espontáneamente al centrarnos en querer saber de uno mismo mientras se da la condición de ser escuchados con sincero respeto. No intervenimos en el otro, no le decimos como tiene que ser las cosas, no intentamos cambiar las ideas del otro, no imponemos nuestros criterios de experticia, pero tampoco negamos el supuesto saber o conocimiento y criterio que pueda tener el otro y del que surja del proceso. No entramos en relativismos vacíos sobre la vida y la realidad… La frase de Borges del principio no puede ser tomado como un axioma absoluto, pero nos apunta inexorablemente a darnos cuenta lo difícil, lo casi imposible que es afirmar con rotundidad que algo es verdad absoluta, aunque esta actitud nos genera una entrañable habilidad para ver las mentiras. Podemos confiar en nuestros consensos pactados, en las consecuencias de un diálogo hecho con cariño y tiempo. Asumir la incertidumbre, es abrirnos a ser seres reflexivos.

Dialogar. Es una paradoja en sí mismo. Llega un momento que uno si se siente escuchado en el silencio que emana del otro ya no sabe bien de donde salen las ideas, porqué salen esas ideas. Es curioso, es como si las ideas se abrazarán a la presencia del otro y así poder ser expresadas. Y las preguntas, esas flechas de aire que abren camino en la madeja de las densas preocupaciones o los interrogantes de la vida. No necesitamos más que curiosidad y hacer preguntas respetuosas para que el dialogo se genere y una vez empieza a coger velocidad reflexiva… simplemente estar abiertos a donde las ideas nos llevan. Es de esta forma cuando nos hacemos dueños de la realidad, seguramente porque nos convertimos en ella misma.

Javier Centol. Psicoterapeuta dialógico y colaborativo.

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